PIONEROS DE MEDELLIN Y DE COLOMBIA

A continuación encontrará las historias de don Carlos Coriolano Amador Fernández; de don José María Pepe Sierra Sierra; de don Carlos E. Restrepo R.; de don Gonzalo Mejía Trujillo y de Mr. James Tyrrell Moore Stwart.

DON CARLOS CORIOLANO AMADOR FERNÁNDEZ

Carlos Coriolano Amador Fernández
Fotografía tomada por Gonzalo Gaviria, 1870. Colección Amador, Medellín.

Empresario antioqueño (Medellín, 1835 – octubre 13 de 1919). Carlos Coriolano Amador Fernández fue uno de los protagonistas de la etapa preindustrial de la historia empresarial colombiana, puente de unión entre los siglos XIX y XX.Sus múltiples negocios, producto de su espíritu visionario y emprendedor, le convirtieron en un agente clave del desarrollo económico del país; no obstante, en su tiempo muchos no lo consideraron así, como Lisandro Uribe y Pascual Uribe, este último sobrino del suegro de don Carlos Coriolano Amador F. y fundador de la Ferrería de Amagá, quiénes le guardaban un rencor inmenso.

Don Carlos Coriolano era hijo de Sebastián José Amador López, acomodado comerciante de origen cartagenero, quien ocupó la gobernación de la provincia de Antioquia en 1851; sobrino del teniente patriota don Martín Amador que fue uno de los que agitó a los cartageneros contra el gobierno español y quién se hizo acreedor a la pena de muerte en 1815 por orden del pacificador Pablo Morillo durante la reconquista de la ciudad de Cartagena de Indias. Su madre fue la heredera envigadeña María Ignacia Fernández Callejas, muy rica por lo Callejas. Don Carlos Coriolano tuvo 3 hermanos ( Martín, Adolfo, Eulogio) y una hermana llamada Virginia.

Don Carlos Coriolano Amador Fernández López Callejas aprendió sobre comercio en los almacenes de la familia, actividad que combinaba con las clases en el Colegio de Antioquia. Luego estudió en Jamaica y en Londres. Fue autodidacta en derecho civil, comercial y minero, el cual aplicó con destreza. Era un pleitómano sagaz y, arriesgado. Su peculiar y arrolladora personalidad quedó reflejada, para la historia, en su bella y sofisticada firma estampada en numerosos documentos públicos.

Don Carlos Coriolano Amador Fernández era nieto materno de doña Mariana Callejas y Quijano, siendo esta última, hermana de doña Trinidad Callejas, y sobrina del papá de don Victor Mariano Callejas, suegro este de don Lázaro Gaviria Correa Uribe Botero, bisabuelo materno del ex-embajador de Colombia en España, Dr. Carlos Julio Ardila Gaviria, hijo del Ingeniero Carlos Ardila Lulle, este último elegido, en septiembre de 1999, por el mas importante periódico económico de Colombia, PORTAFOLIO, como El Empresario del Siglo XX en Colombia.

Doña Trinidad Callejas, la mas hermosa mujer de su época, era tía abuela materna de don Carlos Coriolano Amador y abuela materna de doña Sixta Tulia Gaviria Sañudo, esta última esposa del Presidente de la República don Carlos E. Restrepo R..

Don Carlos Coriolano Amador contrajo matrimonio con Lorenza Uribe Lema, hija del acaudalado y prestigioso político José María Uribe Restrepo, sobrino del Libertador de los esclavos don José Félix de Restrepo, gobernador y varias veces senador por la provincia de Antioquia. Incursionó en la política regional: fue concejal de Medellín y diputado de Antioquia en representación de los liberales. Don José María Uribe Restrepo era hermano de Doña María Rosa Uribe R. (casada con don José Antonio Gaviria ), abuela de don Lázaro Gaviria Correa.

Doña Lorenza Uribe Lema heredó de su padre importantes activos, siendo el más valioso, la mitad de los derechos en la Sociedad de El Zancudo, fundada por su padre en 1848 para explotar la mina de veta del mismo nombre en el municipio de Titiribí -Antioquia. La otra mitad de la mina la cedió José María Uribe Restrepo, en regalo o venta a bajo precio, a varios amigos y parientes, entre ellos, a su sobrina Josefa Uribe, al esposo de esta don Sinforiano Hernández, a Rita Uribe y a Luis María Arango Trujillo (padres del gran empresario don Leocadio María Arango Uribe), a su pariente y Mayordomo en Titiribí don Agapito Uribe y a la esposa de este doña María Teresa Restrepo Toro, y por último, a su gran amigo don Nazario Lalinde.

Don Agapito Uribe fue copropietario del 50% de la inmensa hacienda tabacalera El Piñon (anteriormente de propiedad de don Coriolano Amador y Lorenza Uribe), municipio de Concordia, el otro 50% pertenecía a don Víctor Mariano Callejas (sobrino del papá de doña Mariana Callejas, esta última, abuela materna de don Carlos Coriolano Amador).
El 29 de Marzo de 1870, a las doce del día, la viuda de don Agapito Uribe, doña María Teresa Restrepo Toro vendió el 50% de don Agapito Uribe, de la hacienda El Piñon, al único oferente por dicha participación, don Victor Mariano Callejas Echeverri, tatarabuelo materno del actual embajador de Colombia en España. Así, don Victor Mariano Callejas quedó como propietario único de la Hacienda El Piñon.

Don Víctor Mariano Callejas E. recibió la primera mitad de El Piñon como indemnización que con ella hizo un socio de don Carlos Coriolano Amador en la mina de El Zancudo, el gran empresario cartagenero -italiano don Juan Bautista Mainero y Trucco, junto con otros bienes a la Casa Comercial Callejas y Cía.; casa comercial acreedora de la naciente Casa Comercial Mainero, Uribe y Restrepo ( los hijos de Agapito Uribe eran socios de la hacienda que fue administrada en forma torpe por quién luego se declararía en quiebra, don Rafael Restrepo Uribe. Además, a la quiebra contribuyó la catástrofe causada por el desbordamiento del río Cauca que destruyó completamente la totalidad de los cultivos de la hacienda).
…….. Luego de un largo proceso judicial de liquidación de la Casa Comercial Mainero, Uribe y Restrepo; fue ordenada por el Juez, tajantemente, la indemnización a don Victor Mariano Callejas Echeverri el 19 de Diciembre de 1864. ….El notable científico don Manuel Uribe Ángel y don Juan de Martínez fueron escogidos para decidir diferencias y cuestiones ocurridas durante la liquidación. …….. Sin embargo, los herederos de don Agapito Uribe, nunca aceptaron dicha decisión judicial, por el contrario, demostraron un fuerte resentimiento contra don Juan Bautista Mainero -Trucco y contra don Víctor Mariano Callejas E. y su descendencia, que inexplicablemente, aún perdura en los albores del siglo 21 ( 136 años después del juicio! )..

Don Carlos Coriolano, Coro para sus amigos y enemigos, tempranamente manifestó su afán de lucro. Se destacó como administrador y accionista principal de la Sociedad Minera de El Zancudo y Sabaletas, de la Sociedad Minera de Los Chorros, de las que construyeron el puente de Jericó sobre el río Cauca (Puente iglesias) y la plaza de mercado cubierta de Guayaquil en el antiguo Pantano ubicado en terrenos heredados de su suegro, y de la Empresa Colombiana del Telégrafo Eléctrico. Emprendió la construcción de la vía carreteable de Santa Elena, que comunicó a Medellín con Rionegro, y, la de diferentes acueductos v alcantarillados de Medellín. Realizó negocios de urbanización y comercio de artículos importados. Montó haciendas cafeteras, trilladoras de café y cereales, una de las primeras fábricas de chocolate de Medellín, un banco, una ladrillera, además de otras haciendas ganaderas en Jericó y Cartago.

Don Carlos Coriolano Amador Fernández López Callejas se inscribe, pues, dentro de un patrón de máxima diversificación económica, común a la mayoría de los negociantes del país en el siglo XIX. Pasó del nivel agrícola, ganadero y minero al industrial, mostrando una actitud positiva frente a la mecanización y la tecnificación. Fruto de su tendencia asociativa fue su apoyo con capital a muchos proyectos considerados «descabellados» en su época. Amador incursiona en la minería como nunca antes se había hecho en el país, aun conociendo los posibles riesgos. Pensó en grande en lo relacionado con inversiones, herramientas, maquinarias, administración, trabajo y técnica. Esto favoreció el desarrollo de la capacidad inventiva de otros empresarios y, operarios. En las empresas de minería de veta, sentó por primera vez las bases de una administración sistemática y de una inversión racionalizada en pro del máximo rendimiento financiero.

La empresa minera de El Zancudo, dedicada a explotar las vetas de oro y plata en la localidad de Titiribí (Antioquia), fue la más memorable obra de Amador. Como su mayor accionista, lideró la reforma y modernización del establecimiento, hasta llevarlo a su máximo desarrollo por medio de la aplicación de sistemas alemanes de extracción y beneficio de minerales por fundición. Para tal efecto trajo a varios técnicos europeos en metalurgia, dando origen así a los primeros montajes semifabriles a gran escala en la región: Sabaletas y Sitioviejo, modelos usados más adelante en el montaje de la Ferrería de Antioquia o Ferrería de Amagá, en cuya junta directiva también estuvo. En el decenio de 1880 El Zancudo ya era la empresa más grande, sin importar el tipo, de cuantas habían existido en Colombia; sobrepasaba a la Ferrería de Pacho, a la empresa textil de Samacá, a la Cervecería Bavaria y a la Ferrería de Amagá. En 1887, El Zancudo contaba con 1200 trabajadores directos, más de 300 mulas y cerca de 70 minas en explotación, con una producción mensual de 68 libras de oro y 53 de plata que rendía una utilidad mensual de 61,000 pesos (como referencia, una familia que tuviera un patrimonio de 5,000 pesos, era ya considerada una familia muy acomodada).

Siendo director de la Sociedad, Amador gestó en 1883 la creación del Banco del Zancudo. Por otra parte, Amador urbanizó el barrio comercial de Guayaquil, proyecto que demandó considerables capitales para adecuar terrenos v montar la ladrillera de Belén. La edificación más importante del sector fue su plaza de mercado (1894), la obra civil más grande realizada hasta ese momento en la ciudad. Amador se constituyó así, en pionero de la industria de la construcción a gran escala en Medellín. Viajaba a Europa con frecuencia, en busca de tecnología. El 19 de octubre de 1899, día en que estalló la guerra de los Mil Días, llegó a Medellín procedente de Francia, con el primer automóvil que vino a Colombia. Gustaba del lujo y las novedades, contradiciendo de esta manera la imagen estereotipada de los empresarios antioqueños del siglo pasado, frugales y austeros. Los palacios Amador, contratados con arquitectos extranjeros (Felipe Crosti y Carlos Carré) fueron durante muchos años las casas más lujosas de Medellín. El único hijo varón de don Carlos Coriolano murió muy joven después de padecer una larga y penosa enfermedad. Cuando don Carlos Coriolano Amador F. murió, en 1919, su fortuna quedó dividida entre numerosas hijas y yernos; uno de ellos, César Piedrahita, siguió administrando y acrecentando algunas empresas, en especial las agrícolas.

Palacio Amador, luego fue el Palacio Arzobispal, después de la temprana muerte del hijo de Coriolano
Palacio Amador construido por Coriolano Amador para su único hijo; luego fue el Palacio Arzobispal. Hoy reemplazado por el edificio Vicente Uribe Rendón.

Los experimentos empresariales y fabriles de Coriolano Amador y la construcción de ferrocarriles por parte de Cisneros, el gran ingeniero cubano; sirvieron a numerosos ingenieros de la Escuela de Minas de Medellín, técnicos y trabajadores, como taller de práctica en el interesante y novedoso manejo de la industrialización del país en la segunda década del siglo XX.

Por Luis Fernando Molina Londoño, con algunos detalles incluidos por los autores de este web.

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DON JOSE MARIA PEPE SIERRA SIERRA

José María PEPE Sierra Sierra
Don Pepe, el campesino multimillonario

Más que un gran capitalista fue un gran negociante que, gracias a sagacidad y alguna especulación, amasó la mayor fortuna que se haya registrado en el país. Desde fines del siglo XIX y hasta su muerte en 1921, Pepe Sierra fue conocido como el hombre más rico de Colombia.

Don Pepe Sierra Sierra Gaviria fue elegido uno de Los Cien Personajes del Siglo XX en Colombia en la categoría de Empresario por el Diario El Tiempo.

Don José María Sierra Sierra Gaviria, más conocido como don Pepe Sierra «El Campesino Millonario» es junto con Marco A. Restrepo «E1 Rey de la Leña», Carlos Coriolano Amador, y Gonzalo Mejía «El Fabricante de Sueños’, miembro del selecto grupo de personajes que ha dado vida al mítico prototipo del empresario antioqueño, pragmático, hábil e ingenioso para traer dinero. Caso único en la historia de Colombia, se dice que llegó a ser más solvente que todo el gobierno de su época. La manera sencilla como un campesino de origen humilde acumuló y administró una de las mayores fortunas del siglo XIX y principios del XX, lo ha convertido en un personaje de leyenda.

Don Pepe Sierra nació en 1848 en Girardota, bella población situada al norte de Medellín, famosa por sus trapiches, el aguardiente, los gallos de pelea y el santuario del Señor Caído. Don José María Pepe Sierra Sierra Gaviria era hijo de don Evaristo Sierra, este último hijo de don Apolinar Sierra casado con doña Andrea Gaviria García. Doña Andrea Gaviria, además de ser la abuela paterna de don Pepe Sierra, era hermana de don Antonio Gaviria García, quién viene a ser el tatarabuelo de don Fortunato Gaviria Jaramillo, primo directo del Secretario General de la OEA, Dr. César Gaviria Trujillo.

La educación de don Pepe no sobrepasó el silabario, la suma y la resta. Pero eso no importó. Ya anciano y rico, contestó a quien pretendió enseñarle la ortografía de la palabra «hacienda»: «Mire, joven, yo tengo setenta haciendas sin h, ¿y usted, cuántas tiene con h?».

Según su nieto y biógrafo Bernardo Jaramillo Sierra (Medellín:Bedout, 1947), inició la acumulación de fortuna en la juventud, trabajando duro en el campo en la cría de ganado, siembra de caña y fabricación de panela la consolido en la madurez con el remate de las rentas y finalmente la invirtió en bienes raíces. La expansión de su Patrimonio se dio en el siguiente orden: Valle de Aburrá, Calle Real (Carrera 7a.), Sabana de Bogotá y Valle del Cauca. Don Pepe siempre tuvo claro que con una economía inflacionaria como la colombiana, lo único que engordaba eran los lotes de terreno y el ganado que pastaba en ellos.

A los catorce años tuvo su primera parcela. La araba de día y en las noches de luna. Sábados y domingos era arriero subía panela a San Pedro, porque en tierra fría la pagaban mejor, y bajaba papa a Girardota y Copacabana. La yunta fue su único juguete los gallos de pelea y los bueyes se convirtieron en su símbolo del lucro. «Hasta ya viejos los bueyes dan plata engordándolos», repetía. A los veinte años contrajo matrimonio con Zoraida Cadavid y a los veintiocho ya tenía muchas haciendas que se extendían entre Itagüi y Barbosa, y el control de los precios de la panela y de la vara de tierra en el Valle del Aburrá.

En 1886 pasó a residir en Medellín. Allí fundó varías sociedades como «La Cuarta Compañía», dedicada a la cría de ganado y a la siembra de extensos cañaduzales para abastecer de melaza a sus fábricas de aguardiente, ya prósperas en todo el departamento. La sobreproducción de los alambiques se evacuaba a través de la organización de intempestivas fiestas en los pueblos, concertadas con los curas y los alcaldes, quienes prestaban santo para procesión y plaza para la corrida de toros, a cambio de participación en las ganancias. El eficiente manejo que hizo de esta compañía le dio renombre a don Pepe en Antioquia como negociante creativo y habilidoso.

El primer viaje a Bogotá lo realizó en 1888. Fue el principio de una residencia de 26 años en la capital, donde se inició como apostador y gallero en los bajos fondos de San Victorino y terminó en la Calle Real, en medio de los bancos y de los opulentos. Casó a su hija Clara con un hijo del ex presidente Rafael Reyes, pisó con frecuencia las alfombras del Palacio Presidencial de San Carlos y llegó a ser el mayor propietario de tierras y ganado de la Sabana. Rápidamente desapareció la timidez del campesino, convencido de ser el único capaz de sacar de apuros a los paupérrimos gobiernos de su época. Los presidentes Rafael Núñez, Miguel Antonio Caro, Carlos y Jorge Holguin, José Manuel Marroquin, Rafael Reyes, Ramón González Valencia y Carlos E. Restrepo estuvieron en su lista de clientes. Don Pepe nunca participó abiertamente en la política partidista, pero en la primera página de su libreta de cuentas y apuntes estampó el lema del régimen nuñista: «Regeneración o catástrofe».

Inició la conquista de Bogotá con el remate de la renta de degüello de ganado y el cuero de Cundinamarca, pero luego se sintió casi con derechos perpetuos sobre las rentas, lo cual le granjeó enemigos y problemas. Don Pepe aprovechó la coyuntura económica de su época, caracterizada por la permanente crisis que al fisco nacional produjeron las rebeliones internas. Durante la Regeneración, luego de la guerra civil de 1885, el problema tocó fondo. Rafael Núñez intentó solventar las finanzas públicas a través de la reactivación del remate y monopolios estatales, de abundante emisión de papel moneda de curso forzoso y de la colocación de bonos y libranzas en el mercado. Los remates eran el medio para procurarse anticipos de individuos particulares. Estos generalmente eran muy solventes, dado que se les exigían garantías económicas (hipotecas, fianzas, depósitos monetarios anticipados) a cambio del privilegio de gozar de las seguras utilidades producidas por tales monopolios. Vertiginosamente él se convirtió en el más fuerte rematador y prestamista a nivel nacional, con base en un simple sistema administrativo de negocios, pero con una intrincada red de agentes diseminada por todo el pais, encargados de negociar con especuladores particulares y gobiernos locales la adjudicación de las apetecidas, jugosas y hasta insólitas rentas, como aquella del monopolio del hielo en Panamá, establecida en el gobierno de Reyes.

Extendió el negocio del aguardiente al Valle del Cauca junto con Apolinar, uno de sus hermanos. En la hacienda San José de Palmira y en otras de Cali y Yumbo, creó uno de los imperios agroindustriales de la región, comparable sólo con los de la familia Eder. Las siembras tecnificadas de caña y la maquinaria francesa «Egrot» produjeron por muchos años el mejor licor del pais. También en el Cauca remató la hacienda Salento y otros bienes del ciudadano italiano Ernesto Cerruti, puestos en subasta por el gobierno de Popayán (ello dio origen al célebre conflicto Cerruti durante las décadas de 1880 -90, que trajo como consecuencia un escándalo internacional, el bloqueo de la costa norte colombiana por parte de la armada de Italia y una fuerte multa para resarcir los perjuicios a ese empresario extranjero).

Se sabe que su parecido físico con el militar alemán Bismarck era asombroso; los Sierras de Girardota eran de ojos azules, muy blancos y altos. Sin embargo, a causa de un accidente de coche cerca a San Victorino, quedó descaderado de por vida y ligeramente desfigurado. Gustaba de los paseos a caballo por Medellín y los potreros de las fincas, y en carroza por la capital. Las contrariedades diarias de la administración de los negocios, junto con los cotidianos problemas de la casa, acentuaban su acostumbrado mal humor. Desde su juventud fue un apostador empedernido en las galleras de Girardota, Itagüi, Medellín y Bogotá. Se enojaba con los hijos, no porque jugaban mucho sino porque siempre perdían.

El hombre más rico de Colombia consideraba el ahorro como el valor fundamental. Cuando arribó a las altas esferas bogotanas, no aumentó en lo más mínimo los gastos de representación social de su familia. Las residencias en Medellín y Bogotá, hoy desaparecidas, eran amplias y austeras, más dispuestas para tratar negocios que para ostentar. Su despacho constaba de sólida mesa de varios puestos, cómodo sofá para la siesta y máquina de escribir. Esa era la escenografía donde don Pepe, apoyado en sus altas dotes histriónicas, representaba al desesperado e incauto auditorio de vendedores de inmuebles, magistrales libretos escritos por él mismo en los papeles de cuentas. Tratándose de negocios, era implacable su rigidez y fingido desinterés no tenían consideración: el cliente era un enemigo que, en la farsa, siempre llevaba la peor parte.

Don Pepe fue empresario financista de la última etapa de los ferrocarriles en Colombia. A él se debió la terminación del Ferrocarril de Amagá y parte del Ferrocarril del Pacifico. Fue fundador del Banco de Sucre, del Banco Central y de la Compañía del Hielo en Panamá. Pero en todos fracasó: así comprobó su principio de que sólo la propiedad raíz era la única y verdadera generadora de riqueza segura.

Al final de sus días, fue atacado por crisis nerviosas y fuerte arteriosclerosis, acompañadas de crónico desinterés por los negocios. La familia empeoró la situación: gastaba a manos llenas en Europa, sin prestar atención a la administración de las fincas, en muchas de las cuales se construyeron lujosos palacetes, como el del Chicó, al norte de Bogotá, convertido hoy en museo.

En la biografía sobre su abuelo, Bernardo Jaramillo anotó que las negociaciones de Pepe Sierra serian vistas hoy como irregulares pero fue el débil sistema económico colombiano lo que dejó al Estado en manos de prestamistas como única forma de garantizar su funcionamiento. Entonces no existían medios como el control de cambios, ni un emisor sistemático y acreditado, y si graves problemas como una tasa de cambio entre el diez mil y el quince mil por ciento y fuerte inestabilidad política. La comercialización anticipada de los ingresos fiscales del Estado se mantuvo a disposición del mejor postor.

Pepe Sierra murió en 1921 en su casa de la plazuela de San Ignacio de Medellín y la fortuna que creó, a pesar de las múltiples subdivisiones, sigue siendo sólida. Su nombre es recordado por uno de los más ricos y jocosos anecdotarios populares, y su vida y obra son temas de trabajo de los especialistas, como que resulta básico para comprender muchos aspectos de la historia social y empresarial del país.

Por Luis Fernando Molina Londoño.
Revista Credencial Historial (Bogotá- Colombia). Tomo II. Enero-diciembre, 1991. No.13-24